Hay que distinguir entre el ahorrador y el inversor. El primero es capaz de no consumir una parte de su renta disponible y mantiene un cierto stock de ahorro, mayoritariamente en cuentas corrientes y depósitos bancarios, mientras que el segundo pretende maximizar el rendimiento de su patrimonio financiero.
Hay una cierta tendencia social a demonizar al inversor, cuando en realidad lo único que hace es administrar bien su patrimonio, con unas finalidades personales muy concretas que van desde la mera búsqueda de la libertad financiera personal, hasta la consecución de ciertos objetivos vitales futuros como, por ejemplo, el hecho de hacer frente a los másters que cursarán sus hijos, poder hacer un viaje soñado o montar una empresa.
Quizás lo que desee sea solo llegar a la edad de jubilación con la mejor situación posible, o bien maximizar la herencia que dejará a sus herederos, en aquel esquema clásico según el cual hay que dejar a la generación venidera una herencia superior a la recibida. Por supuesto, quien pueda pensar que toda herencia es un error de cálculo, como dice el chiste, no entrará en este último supuesto.
Es bien conocido que, a largo plazo, hay mucha diferencia de retorno entre unos activos financieros y otros
El inversor busca el mejor activo financiero para invertir. Es bien conocido que, a largo plazo, hay mucha diferencia de retorno entre unos activos financieros y otros. Ibbotson SBBI deja claro que, para periodos largos de tiempo (1926-2022 en los EE.UU), la tasa de inflación anual media es del 2,9%, la rentabilidad anualizada del mercado monetario es del 3,2%, la de la renta fija de largo plazo es del 5,2%, la de la bolsa de grandes empresas es del 10,1% y la de la bolsa de las pequeñas empresas cotizadas (small caps) es del 11,8%, también anualizada.
En consecuencia, lo que se podía comprar con 1 dólar en 1926 requiere ahora 17 dólares. Haber multiplicado, pues, por 17 el patrimonio financiero en todo este periodo únicamente garantiza mantener el poder de compra, nada más. Invirtiendo siempre en el mercado monetario, el dólar inicial llega a un capital final de 22 dólares; invirtiendo en renta fija de largo plazo se va hacia los 131 dólares, haciéndolo en las bolsas, en las empresas grandes, se llega a los 11.535 dólares, e invirtiendo en las bolsas, en small caps, a 49.052 dólares. Son diferencias de capital final enormes que justifican que el inversor se preocupe mucho de dónde invertir su patrimonio financiero.
El modus operandi
Sin embargo, hoy no trataremos sobre este punto, como es habitual, sino de cómo hacerlo. Suponemos que un inversor llega a la conclusión, después de haber hecho las preceptivas planificaciones financieras, que en su caso es óptimo invertir un 50% de su patrimonio financiero en renta variable. ¿Cómo lo materializa? Podría invertir directamente en acciones. Sin entrar en más detalle, si tiene en cartera un mínimo de quince empresas, bastante diversificadas tanto sectorial como geográficamente, puede considerarse un inversor. Si tiene menos, no pasa de la categoría de especulador, puesto que asume demasiado riesgo.
Suponemos que este inversor ha interiorizado, puesto que su inversión en renta variable tiene que diversificarse. Por un lado, dispone de la alternativa de invertir en fondo de inversión, mientras que, por otra, puede invertir también en ETF (Exchange Traded Funds). ¿Qué le conviene más? Lo tratamos desde dos vertientes, la financiera y la de costes.
Los ETF replican un índice bursátil y, por tanto, nunca lo superarán, una vez descontados los costes, siempre estarán por debajo en rentabilidad
Desde la óptica financiera, hay una diferencia principal: los ETF replican un índice bursátil y, por tanto, nunca lo superarán, una vez descontados los costes. Siempre estarán por debajo en rentabilidad. No hacen ninguna clase de análisis financiero. Invierten siempre en los componentes del índice bursátil. Si una empresa, por ejemplo, tiene un peso del 7% en el índice bursátil, el ETF invertirá un 7% de su patrimonio en aquella empresa. Si la empresa tiene una evolución mejor en la bolsa que el resto de las compañías que forman parte del mismo índice, su peso dentro del índice irá subiendo.
De esta manera, ahora ya no pesa un 7% del índice, sino, por ejemplo, un 10%. Automáticamente, el ETF invertirá hasta un 10% en esta empresa. Los fondos de inversión pretenden, en cambio, batir el índice bursátil, obtener una rentabilidad superior, lo cual podrán conseguir o no. No invierten en todas las empresas, sino que hacen una selección. Disponen, para ello, de gestores/analistas que estudian a las empresas, las visitan y las valoran, hasta escoger las que creen que son mejores. Las empresas seleccionadas pueden no asemejarse nada a las del índice, ni en cuanto a los nombres, ni por sus pesos dentro del fondo.
Para la entidad gestora que gestiona ETF, la consecuencia es clara: la estructura que le hace falta para funcionar es mínima. No necesita analistas de inversiones. Con un analista cuantitativo que maximice la correlación entre el índice bursátil en cuestión y el ETF, que nunca será perfecta, a pesar de minimizar el número de transacciones para hacerlo posible, tiene suficiente. Para el inversor ETF, la cuestión clave, desde la óptica financiera, es que siempre estará comprando aquello que ha subido más en el pasado. Es decir, será lo que denominamos un inversor de retrovisor. Es del todo seguro que el inversor ETF cogerá todas y cada una de las burbujas que se produzcan en el futuro, y sufrirá mucho cuando estas pinchen.
Diferentes tipos de costes: dentro y fuera del vehículo
Desde la óptica de los costes, existe una gran desinformación. Suele ser vox populi que los costes de los ETF son menores que los de los fondos de inversión. Hay que distinguir entre dos categorías de gastos que afronta el inversor: los costes de dentro del vehículo (TER o Total Expense Ratio), y los de fuera del vehículo. En cuanto a los primeros gastos, los podemos dividir en tres partes. En primer lugar, i) los costes fijos del vehículo, como el de auditoría, las tasas del regulador, etc. Estos son idénticos, tanto por los fondos como por los ETF.
En segundo lugar, ii) los costes de depositaría, que son los que percibe la entidad depositaria para custodiar y liquidar los activos del patrimonio. También son idénticos en ambos casos. En tercer lugar, iii) la tasa de gestión que percibe la entidad que gestiona las inversiones. Dado que el trabajo que hacen los fondos, con muchos gestores y analistas que seleccionan las inversiones, es muy superior a la que hacen los ETF, está claro que la tasa de gestión de los fondos es superior a la tasa de gestión de los ETF.
Por tanto, en cuanto al TER, ciertamente el de los ETF es más bajo que el de los fondos. Aquí concentran los esfuerzos publicitarios los ETF, sin citar, sin embargo, si los fondos ganan este diferencial de costes o no con su selección de empresas. Ahora bien, vamos ahora a los otros costes existentes, los de fuera del vehículo. Decir, para empezar, que en el caso del fondo de inversión no hay ninguna cuando se adquieren los fondos en la misma entidad gestora directamente. El inversor ETF, en cambio, tiene que hacer frente a tres gastos más, todos ellos desde fuera del vehículo. En primer lugar, iv) tiene que hacer frente al corretaje de compra/venta cuando negocia los ETF, similar al que afronta cuando compra una acción. En segundo lugar, v) tiene que hacer frente a la custodia que pagará mientras mantenga la inversión en el ETF.
Decir, de entrada, que en el caso del fondo de inversión no hay ninguna cuando se adquieren los fondos a la misma entidad gestora directamente. El inversor ETF, en cambio, tiene que hacer frente a tres gastos más, todos ellos desde fuera del vehículo. En primer lugar, i) tiene que hacer frente al corretaje de compra/venta cuando negocia el ETF, similar al que afronta cuando compra una acción. En segundo lugar, ii) tiene que hacer frente a la custodia que pagará mientras mantenga la inversión en el ETF.
Cuando se adquieren los fondos en la misma entidad gestora directamente, no hay costes, en el caso de los fondos de inversión
En tercer lugar y sobre todo, tendrá que hacer frente a vi) el spread o diferencia entre el precio de compra y precio de venta, que es la verdadera piedra angular del ETF. Si un inversor quiere comprar un ETF y, en el mismo instante, otro inversor lo quiere vender, no tendrán nunca el mismo precio. El precio del comprador será más alto que el precio del vendedor.
El destinatario del diferencial
Ahora bien, ¿quién se queda este diferencial? La misma gestora de inversiones que gestiona el ETF, que hace de emisora del ETF. En el caso de los fondos de inversión, todos, compradores y vendedores lo hacen siempre al mismo precio. El diferencial o «spread» depende de cada ETF, de su volumen y liquidez. Hay algunos donde el spread es pequeño y otros, donde sencillamente es gigantesco. Como el lector habrá observado ya, el coste total que afrontará el inversor dependerá también de cuántas veces compre y venda los ETF.
Las gestoras de ETF se dieron cuenta de que el tiempo medio que un inversor tiene un ETF en su cartera es de tres meses, lo cual quiere decir que cada inversor de media compra y vende los ETF cuatro veces el año. Vieron que, si percibían el spread de cada inversor, obtendrían unos ingresos tales que se hacía innecesario, incluso, percibir los ingresos de la tasa de gestión (iii). Siempre he pensado que si no ponen las tasas de gestión al 0% es sencillamente porque entonces, el inversor, en lugar de pensar que es barato y ya está, se preguntaría cuál es la fuente real de los ingresos de la gestora de ETF.
Mi petición es que la misma transparencia que se exige en los fondos de inversión se aplique en los ETF
Constatar que se llegan a retroceder spreads, del mismo modo que se retroceden tasas de gestión, que es la prueba. En definitiva, se trata de un gran invento para las gestoras de los ETF. No les hace falta analizar ninguna inversión, y además, su remuneración es muy superior a la que el inversor se piensa, incluso pagándola. No cuestiono, en absoluto, la existencia de los ETF: tendrán siempre un público determinado y, además, su concurso es una buena oportunidad para los gestores de los fondos de inversión. Cuantos más inversores del retrovisor haya, más fácil será encontrar buenas oportunidades de inversión. Sí solicito, sin embargo, que la misma transparencia que se exige en los fondos de inversión se aplique en los ETF. Me declaro un convencido total de los beneficios de la transparencia, que debe de ser necesariamente para todo el mundo.
Artículo publicado en VIAempresa el martes, 24 de septiembre de 2024.