Después de más de cuatro décadas en este oficio, pocas cosas me sorprenden, pero muchas me enseñan. He aprendido —a base de aciertos, errores, y sobre todo de tiempo— que el mercado no se equivoca. Puede exagerar, puede tardar, pero nunca se queda sin razón. El mercado es soberano.
Hoy, con todo lo que estamos viendo, no hace falta ser agudo para notar que el mercado está empezando a levantar la voz. Y lo hace como siempre lo ha hecho: con precios, con curvas, con señales que no se tuitean ni se gritan, pero que retumban donde más duele —en el bolsillo.
Trump vuelve a escena con el mismo repertorio que ya conocemos: aranceles, presión unilateral, negociaciones desde el púlpito y no desde la mesa. Pero lo que ayer pudo tener cierto recorrido, hoy choca contra un mercado que ya no está para juegos de fuerza ni narrativas simplistas. Las condiciones han cambiado, y el margen de maniobra también.
La deuda americana ya no es esa montaña silenciosa que nadie cuestiona. Hoy los vencimientos se amontonan, las emisiones no salen gratis, y las rentabilidades suben no por crecimiento, sino por desconfianza. El mercado ya no está comprando deuda porque sí, y el inversor marginal empieza a exigir lo que antes daba por sentado: estabilidad, credibilidad y rumbo.
El dólar comienza a mostrar grietas, no frente a monedas exóticas, sino frente a refugios clásicos como el franco suizo. Esa presión en el cruce USD/CHF no es técnica: es simbólica. Es una migración suave, pero constante, hacia la seguridad. Y eso, viniendo del billete verde, es todo un mensaje.
En este contexto, pensar que la vía arancelaria va a traer solución es poco menos que un espejismo. El mercado no le va a dar a EE.UU. el beneficio de la duda solo por nostalgia. Y mucho menos cuando se intenta reeditar una estrategia que hoy suena más a obstinación que a plan. Puedo imaginar a Trump y a su círculo más cercano encerrados en la Casa Blanca, repasando gráficos, encuestas y balances, como si estuvieran en un búnker, resistiendo una realidad que ya está decidida fuera de esas paredes. Porque la verdadera guerra hoy no se libra en el terreno político, sino en el financiero. Y ahí, el enemigo no se convence, se paga.
Si algo me enseñaron estos 41 años es que el mercado no se negocia, se interpreta. No se desafía, se sigue. Por eso, no me cabe duda de que esta administración, más temprano que tarde, se verá obligada a girar. A reabrir el diálogo, a pactar con aliados y no aliados, y a bajar el tono. No por convicción, sino porque la realidad se impone, y el dinero no perdona.
El mercado no está en contra de nadie, pero tampoco a favor. Simplemente pone a cada uno en su sitio. Y si no se quiere entender por las buenas, lo hará por las malas.
Porque sí, el mercado es soberano. Y al soberano se le respeta.