Las encuestas de las elecciones presidenciales norteamericanas podrán haber fallado, pero las casas de apuestas no. Otorgaban a Trump una probabilidad de ganar del 61%, influenciadas, tal vez, por el hecho de que en encuestas de elecciones precedentes se había sobrerrepresentado al partido demócrata.
Sea como fuere, la reacción de los mercados norteamericanos ha sido la que cabía esperar, subida de las bolsas y caída de la renta fija de largo plazo. Es coherente con el sentimiento inversor de que la presión fiscal a las empresas será menor y que la tasa de inflación podrá ser superior tras un mayor uso de medidas proteccionistas.
El recuerdo que durante el primer mandato de Trump la bolsa subió fuertemente pesa también. Debemos, sin embargo, separar el sentimiento de la realidad.
El director ejecutivo de una empresa internacional, que produce equipamiento para yacimientos petrolíferos, me recordaba muy recientemente que la mayor extracción de petróleo de la historia de EE.UU. se ha producido con la administración Biden, lo contrario de lo que cabría esperar, hasta el punto de haber pasado a Arabia Saudita como principal productor. En otras palabras, la economía marca las pautas. Aumentar los aranceles a las importaciones de México no sería positivo para las empresas norteamericanas, las principales propietarias de las maquilas mexicanas. Aumentar los aranceles a las importaciones de Europa no frenaría a las empresas europeas. Ni deben confundirse sede social con centros de producción, ni deben minusvalorarse tampoco los métodos conocidos de ensamblaje u otros que las empresas utilizan, ni su conocida capacidad de adaptación.
Con frecuencia, la realidad limita a los deseos -electorales-.
Artículo publicado en La Vanguardia el domingo, 10 de noviembre de 2024.