Algunas grandes gestoras internacionales han modificado su estrategia. Ya no prevén una recesión como sí hicieron en 2022 y en 2023. Ello tiene un gran impacto en sus gestores, que están variando ahora sus posiciones. De estar orientadas a una prorecesión, esto es, poca renta variable y muchos bonos de largo plazo, están migrando hacia un procrecimiento suave, justo la inversión contraria.
Sea por eso, o no, las bolsas han subido de forma importante en 2024, con el liderazgo del índice Nikkei225 japonés, que ha subido casi un 20%, un 15% en euros, el índice Euro Stoxx 50 con casi un 9%, y el S&P500 y el Nasdaq norteamericanos con algo más de un 7%. Simultáneamente los precios de los bonos a largo plazo han caído. El de 10 años norteamericano ha pasado del 3,88% a finales de año, al 4,08% actual; el de 10 años alemán, del 2,02% al 2,32%; y el de 10 años español, del 2,98% al 3,14%. La evolución actual es pues congruente con los flujos de rectificación.
A los gestores activos lo único que debe preocuparnos es si sigue existiendo recorrido fundamental. La respuesta es sí: las bolsas tienen potencial para subir más y los bonos de largo plazo pueden caer más. Los gestores pasivos, que van detrás de los flujos de dinero y que nunca baten al mercado, siguen monitorizando sólo el peso del activo en el índice. Los gestores activos, que pretendemos que los inversores no compren activos sobrevalorados y que hacemos lo posible para batir a los índices, estamos obsesionados por la transparencia de los costes. ¿Alguien se ha preguntado por qué los ETFs no ponen sus tasas de gestión al 0%, cómo podrían? Porque en ese caso tal vez los inversores se preguntarían por la fuente real de sus ingresos.
Artículo publicado en La Vanguardia el domingo, 10 de marzo de 2024.