La monotonía se ha apoderado de las bolsas. En los últimos diez meses, desde finales del mes de septiembre pasado, estas han subido más de un 30%, y lo han hecho con una baja volatilidad y sin dientes de sierra. Los crecimientos económicos previstos son revisados al alza continuamente, los resultados empresariales son muy buenos cada vez que se presentan, y la demanda de servicios sigue muy fuerte de forma generalizada, con la gente moviéndose sin cesar, de modo que no hay restaurante sin reserva. Las tasas de paro siguen en mínimos de décadas en todo el mundo desarrollado, la subida de los tipos de interés cortos está cercana a su fin y no pasará de una mera normalización y, por si fuera poco, la bonanza no está degenerando en un exceso de euforia empresarial. ¿Qué película iremos a ver, Oppenheimer o Barbie?, comenta un gestor de fondos, habitualmente desconocedor de los eventos de moda.
El radar de problemas potenciales no emite sonido alguno. ¿Para cuándo el próximo meteorito rompedor del mercado?, se pregunta el gestor experimentado. Ni el virus, ni la guerra, ni la inflación han podido con las bolsas. Si los tipos de interés de largo plazo siguen subiendo, pero no pasan del 5,5%, no generarán problema alguno, sencillamente volverían a su media histórica y serían compatibles con los tipos de interés de corto plazo, monetariamente neutros, del 3,5%. Para tumbar temporalmente al mercado, sin embargo, es bien conocido que no hace falta causa real alguna, ya que más de una causa imaginaria lo ha logrado en el pasado. Si ello ocurriera, sin embargo, el gestor de inversiones fundamental saldría de la trinchera y compraría de rebajas. ¿Qué hacer entonces? Mejor ir al cine.
Artículo publicado en La Vanguardia el domingo 13 de agosto de 2023.