Tal y como cita el profesor de Stanford Robert Sapolsky, estudios efectuados con escáners cerebrales demuestran que cuando la gente lee sobre la riqueza o popularidad de otros se activan unas regiones del cerebro relacionadas con el dolor. Cuando, en cambio, lee sobre su sufrimiento o desgracia, se activa la parte del cerebro relacionada con el placer.
Ello ayuda a entender por qué las tesis futuras de tipo apocalíptico, las bursátiles incluidas, son tan populares. El hecho probado de que la gran mayoría de estos malos augurios nunca se materializa no cambia nada, seguirán formulándose a futuro. Los inversores bursátiles de largo plazo lo saben, y lo aprovechan a su favor, comprando a contracorriente cada vez que alguna de estas tesis adquiere el populismo suficiente.
Al inversor las cifras le indican hoy que el porcentaje de acciones cuyo PeR (ratio entre cotización y beneficio por acción) es inferior a su rentabilidad por dividendo (x 100) está en zona de máximos.
Proliferan hoy las empresas que se pagan, por ejemplo, a unas 6 veces sus beneficios y que proporcionan una rentabilidad por dividendo del 8%. Nada habitual.
Coexisten en ellas, pues, una pobrísima expectativa cotizada de futuro, un paupérrimo PeR, con unos excelentes resultados empresariales actuales que son los que sustentan las muy elevadas retribuciones al accionista.
En algún sector como el petrolero, que no repetirá los estratosféricos beneficios de este año, podría estar justificado en parte, pero, ¿qué decir de aquellos sectores a los que la subida de tipos de interés les beneficia? Sus resultados actuales serán fácilmente superados y, por supuesto, también lo serán sus cotizaciones.
Artículo publicado en La Vanguardia el domingo 28 de agosto de 2022.