La enfermedad se está trasladando del hemisferio norte al sur. Afortunadamente, en el primero vive casi el 90% de la población mundial. Las consecuencias económicas del parón forzoso han dependido siempre de la duración de la enfermedad, y al haber sido ésta corta, serán aquellas temporales.
Las fuertes subidas de las bolsas de los últimos dos meses van en esta línea. Los descensos del año del índice CSI300 chino (-4,5%) y del S&P500 norteamericano (-8,5%) empiezan a reflejar adecuadamente el impacto puro de la crisis sanitaria, mientras que los de las bolsas europeas siguen siendo a todas luces excesivos.
El inversor ahora tiene un dilema: puede invertir en el sector salud, el único de los 19 sectores que componen el índice Europe Stoxx 600 que está en positivo en el año, por razones obvias. Puede, por el contrario, actuar como un cazador de gangas, al estilo del Fondo Soberano de Arabia Saudí, que ha adquirido un 8,2% de Carnival, la primera empresa de cruceros (sí, cruceros) del mundo, o de Bernard Arnault, fundador y presidente de LVMH, que ha invertido 400 millones de dólares en la tercera empresa del sector, Norwegian Cruise Line.
Si opta por lo primero es que teme una hipotética segunda ola del virus el próximo otoño. Si decide, en cambio, lo segundo considera, como yo, que aunque ello llegara a suceder, difícilmente tendría el mismo impacto social que la primera: se conoce ahora que con un equipamiento sanitario adecuado y actuando con rapidez se minimizan mucho las consecuencias; se empiezan a disponer ya de terapias, que no aún de vacunas, eficaces; y se van conociendo los parámetros de la pandemia, lo cual posibilitaría actuaciones sociales selectivas, no intensivas.
Artículo publicado en La Vanguardia el 24 de mayo de 2020