Miquel Masoliver. Gestor de GVC Gaesco Gestión
Imagine que le ofrecen participar en la siguiente apuesta: se lanza una moneda y en el caso de obtener cara usted pierde y debe pagar una cantidad fija de 100 euros. Si sale cruz usted gana. Ante esta situación, su agente le pregunta: ¿Cuál es la cantidad mínima de dinero que usted exigiría ganar para que esta apuesta sea atractiva?
No se preocupe, no existe una respuesta correcta ya que ésta depende de la idiosincrasia de cada inversor. De hecho, esta sencilla pregunta es de gran utilidad a la hora de cuantificar lo que se conoce como aversión a la pérdida (loss aversion), que es la preferencia de la gente por evitar sufrir pérdidas antes que adquirir ganancias.
Supongamos que su respuesta es 200 euros. Eso significaría que usted necesita 200 euros para compensar una pérdida de 100 euros, o dicho de otra forma, su grado de aversión a la pérdida es de 200/100 = 2 y, por lo tanto, las pérdidas le angustian el doble de lo que disfruta con las ganancias.
Llegados a este punto, es natural preguntarse sobre los efectos que la aversión a la pérdida ejercen en el inversor.
Amos Tversky y Daniel Kahneman (ambos galardonados con el premio Nobel) describieron que desde el punto de vista de decisiones sin riesgo, la aversión a la pérdida se traduce en el denominado efecto donación (endowment effect), que es la tendencia de asignar un valor más elevado a los objetos por el simple hecho de poseerlos.