Antoni Bellfill. Director de Gestión de Patrimonios
El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética conseguía poner en órbita el primer satélite artificial, el SputniK 1 y con ello se iniciaba la denominada carrera espacial. Dicha carrera, entre rusos y americanos, se prolongaría hasta mediados de la década de los setenta y tendría como punto álgido el 20 de julio de 1969, con la llegada del primer hombre a la luna en la figura del Norteamericano Neil Armstrong.
Según cuenta la historia de tal carrera, en un momento determinado un bolígrafo fue el centro de atención de las mentes más brillantes del planeta. Ante la falta de gravedad, los científicos americanos pronosticaron la imposibilidad de utilizar un bolígrafo corriente en las misiones espaciales, con la consiguiente imposibilidad para los astronautas de tomar notas. Tras un prolongado estudio y una notable inversión se ponía al servicio de los astronautas norteamericanos un bolígrafo a presión. Lo curioso de la historia es que, una vez solucionado el problema, alguien se planteó identificar la solución rusa a dicho contratiempo, y la información recibida fue sorprendente: los rusos utilizaban un lápiz.
A veces, la solución más sencilla y más simple es la más difícil de encontrar.