Octavi Serra. Director oficina Girona
Vivimos unos tiempos en los que la rentabilidad de la renta fija decrece continuamente; los activos sin riesgo presentan una rentabilidad casi cero y el cliente sigue buscando en sus ahorros rentabilidades pasadas cercanas al 4%. Este nivel se considera, por parte de algunos ahorradores, como rentabilidad correcta. Hay quejas en cuanto a la baja rentabilidad que ofrecen los depósitos pero, sin modificar los parámetros de riesgo, se sigue persiguiendo el mismo objetivo de rentabilidad nominal que hace unos años.
Pero debemos tener en cuenta la rentabilidad nominal o real. Definamos los términos: la rentabilidad nominal viene por la diferencia entre inicio y fin de la inversión (he puesto 10.000 euros y ahora tengo 10.300 – rentabilidad nominal del 3%) mientras que la rentabilidad real viene por el incremento o decremento de la capacidad de compra de los 2 montos, condicionada por la inflación (si tengo una rentabilidad nominal del 3% y la inflación del período es del 3% no tengo rendiminiento real). En rentabilidad nominal no tenemos en cuenta la inflación y en rentabilidad real sí.
Sencillamente, y a modo simplificado, podríamos contar los kilos de patatas que podríamos comprar con el monto invertido antes y después de la inversión para averiguar si hay rendimiento real o no. ¿Podemos al final comprar más kilos de patatas?
En estos momentos tenemos una inflación negativa (la temida deflación), hecho que nos invita a pensar que la rentabilidad real de toda inversión puede ser superior a la rentabilidad nominal, hecho que antes no sucedía.
Con la situación actual es necesario cambiar los parámetros objetivos y focalizarnos en rentabilidad real y no nominal. En este escenario los activos de renta variable, con sus resultados y sus perspectivas, aumentan de forma considerable su atractivo versus los activos de no riesgo (monetarios) o de renta fija.
Ajustemos nuestros objetivos de rentabilidad y valoremos de modo justo los rendimientos.