Los niveles de volatilidad del mercado bursátil en este año 2019 están siendo muy inferiores a la media histórica. Lo mismo ocurrió en 2017 y 2018. En otras palabras, llevamos casi tres años en los que las cotizaciones oscilan mucho menos de lo habitual. Este es un dato matemático irrefutable. Ello contrasta claramente con la percepción de volatilidad alta que tienen algunos inversores. No puede ser ajeno a ello la avalancha de desinformación a la que se enfrentan. Siendo la realidad que el mundo crecerá este año unas dos o tres décimas por debajo de su crecimiento histórico medio, de la misma forma que el año pasado creció unas dos o tres décimas por encima del mismo, habrá inversores que puedan pensar erróneamente, poco menos, que el mundo esté decreciendo o en recesión. El crecimiento mundial es actualmente muy superior al que podría ser preocupante en lo que a resultados empresariales se refiere.
Hace un año y medio que se anuncia una recesión inminente, ausente hasta el momento presente. Los dos últimos fuertes descensos bursátiles respondieron a la existencia de dos burbujas previas, la bursátil de empresas TMT del año 2000, y la inmobiliaria del 2008. No fueron, por supuesto, crisis anunciadas a bombo y platillo, como nunca lo son, simplemente existían unas burbujas que estallaron, como siempre lo hacen.
Los ejecutivos de las empresas cotizadas han comprado fuertemente acciones de sus empresas en tres momentos clave en el último año: octubre y diciembre de 2018 y agosto de 2019. La bolsa es actualmente el último activo barato, especialmente en su segmento “value”.
La pregunta es, ¿cuando se haya corregido esta manifiesta infravaloración tras una fuerte alza, en qué invertiremos?
Artículo publicado en La Vanguardia del domingo, 13 de octubre de 2019