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Telecom en Europa: burócratas y operadores condenados a entenderse

No descubrimos nada nuevo si afirmamos que el sector de las telecomunicaciones vive, particularmente en Europa, un momento complicado. El excesivo celo regulador de la Comisión Europea y las malas decisiones estratégicas de algunos de los grandes operadores del Viejo Continente en el pasado, nos han llevado a una situación en la que la brecha frente a los gigantes americanos y asiáticos cada vez es mayor. Pero ¿tiene solución este gris panorama? La respuesta rápida es que sí, la respuesta buena es que es muy complicada. Los porqués son muchos y diversos, pero principalmente podemos citar tres: regulatorios, estratégicos y sociales.

En el tema regulatorio son varios los sectores que en los últimos años han “sufrido” la exacerbada defensa de la competencia por parte de los reguladores europeos. En algunas ocasiones, incluso con argumentos equivocados y reveses por parte de la propia Justicia Europea, como en el caso de la fallida compra de O2 por parte de Three en UK hace unos años.

La postura de la Comisión Europea es que la reducción del número de operadores es perjudicial para el consumidor porque eleva los precios. Este es un argumento válido, pero, que sólo analiza la superficie del problema. Un exceso de competencia lastra las rentabilidades de los actores del mercado, les hace perder competitividad en un entorno globalizado y, en el medio plazo, les hace acometer grandes ajustes de personal o incluso cierres traumáticos. Por tanto, el regulador no debería fijarse únicamente en que haya competencia para analizar operaciones de concentración, sino también en la visión a medio y largo plazo que se quiere tener de Europa. Y en eso ha habido una clara falta de olfato estratégico por parte de Bruselas.

Así, nos encontramos hoy en día con operadores con un alto endeudamiento, una rentabilidad menguante y unas estructuras de personal muy grandes,  que sistemáticamente ven como aparecen operadores pequeños en sus países que crecen de manera rápida y que son comprados por otros operadores pequeños o medianos. Y así la rueda sigue girando. Mientras tanto, las necesidades de inversión son, como siempre en el sector, ingentes. Los gobernantes siguen acudiendo a estos grandes operadores cuando hay problemas y quieren una “foto” para demostrar su “compromiso” con la digitalización y demás mensajes vacíos. Pero, a la hora de la verdad, no se apoya a los operadores para que sean rentables y sostenibles, y esto crea gigantes con pies de barro a los que los inversores les dan la espalda.

Habría que analizar, también, la diferente posición de la Comisión Europea en el plano regulatorio con los proveedores de redes de telecomunicaciones y con los usuarios de esas redes. La laxa regulación que han tenido que afrontar los gigantes tecnológicos americanos y asiáticos, les ha permitido apalancarse en las inversiones realizadas por los operadores de telecomunicaciones para crecer y hacerse con posiciones de cuasi monopolio, sin que los reguladores intervengan.

Pero ¿toda la culpa es de los burócratas europeos? No, no podemos dejar de lado la responsabilidad de los propios operadores en llegar a esta situación. Principalmente, por dos razones: en primer lugar, por un crecimiento durante la década del 2000 y parte de la de 2010, que conllevó operaciones corporativas a múltiplos muy altos y con un alto endeudamiento, que a la larga no han tenido los resultados esperados. Grandes proyecciones de crecimientos y rentabilidades que luego se quedaron en nada, y que, lo único que han conseguido es engordar el Pasivo de los operadores y su número de empleados, creando estructuras aún menos eficientes y con menos margen de movimiento por la presión de los bancos.

En segundo lugar, por no saber tener una visión única como industria y ser excesivamente cortoplacistas. Y hay dos ejemplos muy claros: por un lado, la “alegría” con la que algunos operadores abrieron sus redes a terceros para mejorar su negocio mayorista en el corto plazo, a costa de dar aire a futuros competidores que en el medio y largo plazo iban a crear turbulencias en el mercado. Por otro lado, por poner palos en las ruedas cuando las operaciones de consolidación las hacían “otros”. En UK actualmente tenemos un ejemplo de esto: Vodafone es, a nivel europeo, uno de los operadores que más defiende la consolidación, la necesidad de reducir el número de operadores, etc. Pero a nivel local, no deja de exponer quejas al regulador británico sobre la joint venture entre Telefónica y Liberty Global con sus filiales O2 y Virgin Media.

Evidentemente que, en un proceso masivo de consolidación, habrá geografías en las que la posición competitiva de algún operador se debilite y otras en que salga fortalecida, pero los operadores deberían tener la suficiente altura de miras y visión estratégica para saber que esto es necesario para la industria en su conjunto y beneficioso para ellas mismas. Pero se siguen viendo las operaciones de manera local y cortoplacista, y de esa manera es muy difícil avanzar como industria.

Por último, el aspecto social es un tema clave para frenar la transformación de las grandes empresas de telecomunicaciones. El avance de la tecnología, la capacidad de las empresas de automatizar cada vez más procesos y digitalizar el negocio, les hace necesitar cada vez menos personal para llevar a cabo su actividad. Pero unas reducciones drásticas de plantilla en estas empresas que abarcan tanta mano de obra sería traumático a nivel social e incluso peligroso. Por ello, las compañías han realizado salidas de personal más o menos ordenadas y “contenidas” en los últimos años que también suponen un freno a la evolución de dichas compañías ya que, se mantienen compromisos de pagos con los empleados que salen de la compañía mediante prejubilaciones o no se reduce todo el personal necesario.

En definitiva, todos tienen su cuota de responsabilidad en la situación actual, unos más que otros, y todos tienen en su mano una parte de la solución.

El tiempo dirá si se impone la visión estratégica y global, o la local y cortoplacista que ha imperado hasta ahora. Mientras tanto, seguiremos “disfrutando” de cinco o seis grupos de telecomunicaciones en España que manejan más de una veintena de marcas y que, muchas veces, más que ayudar al consumidor le sumergen en un mar de tarifas y ofertas que, a la larga, no son beneficiosas. Por el camino, la brecha tecnológica entre Europa y el resto del mundo desarrollado se irá agrandando por la lentitud de las reformas y nuestras empresas cada vez serán menos importantes a nivel global.