En junio del 2020, la república de Austria emitió un bono a 100 años por un importe de 4.400 millones de euros con un cupón anual del 0,85%. El inversor lo compró a 100 y hoy, debido a la subida de los tipos de interés, vale 44, luego ha perdido, irremediablemente, en un par de años, el 56% de su inversión. Esto en renta fija y con un emisor muy solvente.
La burbuja de la renta fija ha pinchado y ha afectado a aquellos inversores que pensaban que los tipos de interés no se normalizarían nunca y que adquirieron renta fija de duraciones largas. Si bien los niveles máximos de inflación se van a registrar en el 2022, los niveles máximos de los tipos de interés los esperamos para el 2023, en lo que será el fin oficial de la burbuja de la renta fija. Recordar que la primera regla de todo inversor es no comprar nunca activos sobrevalorados, dado que la pérdida será indeterminada en el tiempo, pero segura.
No hay burbuja alguna en la renta variable, todo lo contrario, y aun así estos últimos días hemos asistido a un cierto contagio del sentimiento negativo a los mercados bursátiles. Hemos visto indicios de capitulación en algunos inversores neófitos, así como una cierta actividad de maquillaje de fin de trimestre en algunos gestores profesionales.
Todo ello, hay que decirlo, con un volumen moderado y con una volatilidad nada problemática. El inversor bursátil solo debiera preocuparse si posee empresas caras. Lo más parecido a las duraciones largas en renta fija son los múltiples altos en renta variable, salvando las distancias. Si sus inversiones bursátiles son buenas y baratas que no capitule. Si lo hace, se expone a redistribuir la riqueza con una efectividad mayor a la de nuestro sistema tributario.
Artículo publicado en La Vanguardia el domingo 2 de octubre de 2022.