Cristina Martín. Gestora de Patrimonios de GVC Gaesco
La primavera es la estación del año en la cual es más frecuente la aparición de síntomas relacionados con los contagios. Los más habituales, motivados por un simple resfriado. La transmisión y la propagación de los mismos, suele caracterizarse por su rapidez y en ocasiones, es casi imperceptible. Por ello, cada año, unos y otros acabamos sufriendo las molestias que acaba nos ocasionando, una vez más, resfriarnos. Aún sabiéndolo, ¿conseguiremos anticiparnos al próximo?
Los mercados financieros son el lugar en el que unos compran los activos que otros quieren vender a un precio concreto y pactado; y viceversa. En ellos, se descuentan las expectativas que se generan de una economía, de un país o, más concretamente, de cualquier compañía cotizada. La tendencia imperante de los mismos la determinará el conjunto de inversores, puesto que la balanza oscilará en una dirección o en otra en función de si hay mayor oferta o mayor demanda.
La teoría nos dice que los inversores toman las decisiones de compra o venta en función del objetivo que persiguen, fieles a su estrategia y a su política de inversión. No obstante, en la práctica, si tuvieran que justificar el motivo por el que ejecutaron determinadas operaciones en un instante concreto, en ocasiones sería más bien cuestión de emociones.
El componente emocional, determinante en el comportamiento inversor, se subestima en numerosas ocasiones y no llega a evaluarse lo suficiente, a menudo por no otorgarle el protagonismo merecido. Sin embargo, puede jugar el rol principal.
Los momentos de euforia insostenible y de caídas injustificadas en los mercados de capitales, presentes sobretodo en momentos clave de la crisis económica actual, se explican en parte analizando el efecto contagio que ejercen unos inversores sobre otros. Cuando la mayoría de los inversores se convencen de que el sistema económico de un país se hundirá, sin duda ello contribuirá a que acabe hundiéndose. ¿Por qué? Pues simplemente porque la idea de que ocurra implicará que los inversores más desconfiados vendan sus activos. Y si la mayoría se ve contagiada por ese sentimiento, la presión vendedora será mayor que la compradora.
La templanza, así como la definición de unas líneas claras de actuación, pueden ser clave para alcanzar los resultados esperados sin quedarse a medio camino. Anticiparse e identificar si se está ante situaciones en las que el mercado está sobrevendido o sobrecomprado contribuirá a mantenerse en el guión y a observar desde otra perspectiva como algunos se alejan de sus metas para seguir a una mayoría motivada por el miedo o la euforia. Si además se aprovechan esos momentos de irracionalidad en el mercado, probablemente se hallen oportunidades de inversión, beneficiándose de precios más atractivos y con un mayor potencial de revalorización.
Una vez sucedidas y posteriormente analizadas, las situaciones descritas parecen fácilmente identificables aunque, en realidad, distan mucho de serlo. Ciertos inversores están condenados diariamente a luchar contra sus emociones y a no dejarse llevar por la influencia que puede ejercer sobre ellos el comportamiento mayoritario. Sin embargo, el miedo y la euforia suelen apoderarse de la mayoría.
¿Conseguirán esos inversores anticiparse al próximo contagio?