Pere Escribà. Gestor de Patrimonios
En la mitología Griega, las Sirenas eran famosas por sus encantos. Los navegantes que al verse atraídos acababan sucumbiendo descubrían su verdadera naturaleza, que nada tenía que ver con lo que se esperaban puesto que devoraban a los infaustos que se dejaban seducir.
Posiblemente el relato más famoso en el que aparece la figura de estos seres mitológicos sea la Odisea de Homero. Éste explica cómo Ulises, avisado por la Diosa Circe del peligro del canto de las Sirenas, ordenó a su tripulación que se tapara los oídos con cera y que lo ataran al mástil del barco. La premisa era que bajo ningún concepto le liberaran, fuera lo que fuera lo que él les dijera. Gracias a esta estrategia sobrevivieron y de este modo consiguieron volver a casa.
En los mercados también pueden encontrarse con elementos de igual índole. La relación que guardan con lo anteriormente introducido es la capacidad que tiene de atrapar al inversor. A simple vista parecen ese tipo de inversiones que uno no puede desaprovechar.
De manera gráfica y sin perder el hilo de la historia hay oportunidades que no se ven todos los días.
La percepción que tenemos frente aquello que experimenta grandes subidas en periodos de tiempo relativamente corto aflora en su conjunto mayor curiosidad que aquello que simplemente va fluctuando a lo largo del tiempo
Este hecho es el que hace que a lo largo de la historia se repitan episodios en donde un gran número de inversores hayan sucumbido ante aquello que aparentemente les causó gran atracción.
Ejemplo de ello podrían ser la Tulipamanía, compañías sumamente sobrevaloradas durante el estallido de las puntocom y actualmente el fervor por las criptodivisas con el Bitcoin al frente.
Cada uno de estos ejemplos guarda relación con lo que les he venido comentando y cumplen a la perfección los cánones para ser consideradas verdaderas Sirenas dentro de nuestro sistema económico. Pues aquello que consigue atraer a tanta gente hay que mirarlo con lupa.
A ello me gustaría parafrasearles una cita de una novela de John Verdon que dice: “La curiosidad puede ser un problema cuando las cosas que uno no sabe son cosas que debería saber”.
En numerosos casos, los inversores tienden a actuar de forma ajena a sus principios o, peor aún, a sus conocimientos. Incluso a sabiendas de que cada individuo tiene un horizonte temporal y riesgo de inversión determinado, se suele caer en el error de querer ser más listo que el vecino y adentrarse en terrenos que podríamos denominar como pantanosos por el hecho de estar pisando suelo desconocido dentro de un universo de activos disponibles.
La naturaleza humana nos hace predecibles a ojos de los demás y, sin que nos demos cuenta, hace que sin querer mostremos nuestras debilidades. En los mercados, la codicia es de las peores. El autoengaño, probablemente la peor.
Volviendo al episodio mitológico, el peligro al que se encontraba expuesto Ulises venía de la tentación de querer ver con sus propios ojos el origen de dichos cantos celestiales.
Como ejemplificábamos anteriormente, en el ámbito de los mercados financieros suelen producirse episodios similares, aunque siendo más correctos habría que cambiar el “querer ver con sus propios ojos” con el “querer invertir con su propio dinero”.
Como ustedes saben, los precios no son más que fotogramas en el que convergen constantemente oferta y demanda. No hay condición académica que comporte que si el precio de un activo sube signifique que el subyacente en cuestión sea estupendo.
Es en este tipo de ocasiones en las que los inversores deben tener la templanza de no desviarse de la ruta establecida y de no verse embelesados como si de cantos de sirena se tratase.