Hace poco más de un año, desde el confinamiento de nuestros hogares, nos inundaban los alarmantes titulares sobre el colapso en la demanda de petróleo, con las consecuentes caídas en picado en los precios de crudo. El obligado parón económico y productivo a nivel mundial generó un exceso en los inventarios de petróleo, llevando a la OPEP+ a limitar la producción diaria a un millón de barriles.
Hoy, los titulares que copan las noticias son bien distintos, con el petróleo alcanzando máximos en unos precios no vistos desde años atrás. Este fuerte alza en la evolución del petróleo obedece, en primer lugar, a un claro ajuste de la oferta tras la reactivación económica global. El escenario base que se maneja para finales del 2021 son unos niveles de demanda de 97 millones de barriles por día y una oferta de 95 millones por día, algo inaudito menos de doce meses atrás.
Además, cabe añadir otro elemento en esta ecuación que tiene como resultado un auge en los precios de crudo. Y es que la Organización de los Países Exportadores de Petróleo y sus aliados y asociados no han conseguido cerrar un acuerdo sobre la producción para los próximos meses. Tras días de arduas negociaciones, el veto de Emiratos Árabes Unidos a aumentar la producción actual ha exacerbado la tendencia alcista en las tarifas.
En este cóctel de ingredientes del tumultuoso contexto del oro negro también cabe mencionar el impacto del fracking. O, en su defecto, de la ausencia de fracking. La técnica de la fracturación hidráulica está en una clara tendencia a la baja, lo que también incentiva las subidas en el precio al disminuir la oferta de crudo.
¿Competencia de las renovables?
Por si la situación no fuera suficientemente volátil e incierta, el sector de las energías renovables se presenta cada vez con más fuerza y tirón, con gobiernos y empresas energéticas apostando con firmeza en este sector al auge y presentando, a priori, lo que debería ser una amenaza para el futuro del petróleo. Pero, ¿realmente lo es? Las energías renovables son una realidad desde hace años y no parecen afectar de ninguna manera al precio del petróleo.
Es cierto que la situación provocada por la pandemia de la COVID-19 ha acelerado una serie de tendencias estructurales, como el proceso de descarbonización mundial. Por ejemplo, China está intensificando la inversión en generación eólica offshore para cumplir su objetivo de ser un país neutral en carbono en 2060; y la Unión Europea cuenta con el propósito de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 55% en el 2030, lo que tendrá un impacto de unos 4 millones de barriles por día sobre los 14 que consume actualmente la UE.
La evolución de la demanda de petróleo a largo plazo se puede resumir en una palabra: “incertidumbre”. Podemos estar bastante seguros de que en el corto y medio plazo la economía y la productividad mundial seguirá dependiendo del petróleo, pero los riesgos que generan la transición energética son inciertos. Dicho esto, los próximos años estarán marcados por una tendencia creciente del PIB per cápita mundial, además de un aumento de la población, lo que debería de ejercer presión alcista de la demanda de petróleo.
Ante la falta de certezas y la imprevisibilidad global, las empresas petrolíferas y de carburantes están actuando de forma distinta y siguiendo estrategias muy diversas. Mientras que algunas de ellas, sobre todo en el continente europeo, están girando su estrategia hacia las renovables; hay otras, con varios ejemplos de firmas americanas, que se centran en extraer el máximo rendimiento de su actividad actual. En un sector tan cíclico y con una cuenta de resultados tan ligada a la evolución del precio del crudo, las compañías que se lanzan a la ola de los renovables buscan “desciclicarse” y diversificar su negocio ante un futuro, como ya hemos avisado, incierto y lleno de posibles cambios y transformaciones en materia energética.
Tensiones geopolíticas, el impacto de los programas nucleares, el posible agotamiento a largo plazo de las reservas y pozos de petróleo, el aumento de la población mundial, las diferencias en las transiciones energéticas en países desarrollados o en vías de desarrollo…; todos ellos son múltiples factores que no hemos llegado a mencionar en estas líneas y que nos siguen llevando a una misma conclusión: el futuro del petróleo se resume en incertidumbre, incertidumbre e incertidumbre.