Hace tres semanas estuve en una reunión de inversores en Bangkok con predominio de los países asiáticos como Vietnam, Corea del Sur, o Tailandia, entre otros. Me impresionó el afán con el que estos inversores desean que el episodio de guerra comercial entre EEUU y China deje de ser una amenaza y se convierta en realidad. No en vano, si finalmente los aranceles entre los dos colosos se implementaran en su totalidad, estos países se encontrarían entre los económicamente más beneficiados, al verse favorecida la implantación de empresas exportadoras a EEUU. Las empresas se instalan en un país en función del nivel de salarios y de calidad de la mano de obra, como puede haber hecho Samsung masivamente en Vietnam, por la seguridad jurídica, las divisas, los impuestos o … los aranceles. Al final pretender que el comercio mundial se pare sólo porque dos zonas pudieran autoexigirse aranceles es olvidar que el resto del mundo existe. Igualmente hay países latinoamericanos que esperan beneficiarse de lo mismo exportando más soja o cereales. ¿Y los aviones?, un arancel de China a EEUU, ¿haría realmente que los chinos dejaran de volar, o bien simplemente aumentaría las ventas de Airbus y otras en detrimento de Boeing?
Hace dos semanas estuve en Italia visitando empresas cotizadas muy exportadoras. Dos mensajes claros, aquellas empresas que redujeron su producción a finales del 2018 por la supuesta y ausente crisis futura, han tenido que aumentarla, dado que los pedidos no han dejado de venir. Por otra parte, si en algún país del mundo se constata que los mundos empresarial y político se asemejan a matrix es en Italia.
Me encantaría poder decir que hace una semana descansé, pero no fue el caso.
Artículo publicado en La Vanguardia del domingo, 23 de junio de 2019